CUENTO: EL LIBRO OLVIDADO
Érase una vez un pequeño libro de
aventuras, en él había toda clase de personajes fantásticos. Sirenas,
piratas, brujas, magos y toda clase de habitantes de lo más extraño
convivían en sus páginas.
Pero el
pequeño libro estaba muy triste, pero muy, muy triste. La razón de su
tristeza era que, a pesar de vivir en una biblioteca en la que muchos
niños y mayores acudían a diario para tomar prestados sus libros
favoritos, él siempre pasaba desapercibido y desde que lo habían
comprado, hace ya algunos años, sólo una vez había salido de aquella
biblioteca que era como su hogar.
No es que el pequeño libro estuviera mal allí, ¡qué va! Nada más lejos
de la realidad, era su hogar y le encantaba estar entre todos aquellos
libros que hablaban de viajes, descubridores y acontecimientos
importantes de la historia. Solo que también esperaba salir más a menudo
que sus compañeros de estantería, soñaba poder conocer otras casas,
otras habitaciones y otros niños que quisieran conocer sus historias de
aventuras y todos aquellos personajes que vivían en sus páginas.
-Tal
vez el problema esté en que vivo en la estantería con libros más
antiguos y por eso los niños no se molestan en venir a verme. Y si me
han colocado en la estantería equivocada… ¿Cómo les puedo avisar si no
hablo? – pensó el pequeño libro.
En estos
pensamientos andaba el pequeño tan centrado, que no se dio cuenta del
movimiento que había en la biblioteca, algo más de lo que era habitual.
Los chicos y chicas que trabajaban en el mantenimiento de la biblioteca
estaban preparando las jornadas que servirán de celebración de la semana
del libro.
Incluso, para el Día del Libro, han preparado un día de puertas abiertas para que los niños se
familiaricen con la actividad de la biblioteca y así, junto con sus
padres o familiares se acostumbren a leer, cuidar y compartir los libros
que allí tienen a su disposición sin tener que pagar nada.
Poco
a poco, terminan los preparativos y el pequeño libro se da cuenta del
cambio que ha sufrido la biblioteca en esos días. Dibujos de tamaño real
adornan la entrada de la biblioteca con varios de los personajes de sus
páginas; un espacio recuerda una isla desierta, otro la casa de Hansel y
Gretel, más allá pueden encontrar el lugar donde vive La Sirenita…,
todo para crear a los pequeños visitantes un lugar mágico en el que se
encuentren a gusto y al que deseen volver.
Antes
de que se den cuenta, llega el ansiado 23 de abril y a la hora
convenida entre alumnos de los colegios de la ciudad y la biblioteca,
comienzan a llegar niños de todas las edades.
Todos,
maestros y alumnos, se quedan maravillados ante el gran trabajo de
ambientación que han hecho los trabajadores de la biblioteca. Los
pequeños salen corriendo hacia las estanterías de las lecturas para sus
edades, todos menos José, que se queda encantado ante la estantería de
los libros que más tiempo llevan en la biblioteca. Uno a uno, los va
sacando y ojeando hasta que ve caer al suelo un libro más fino que los
que tiene en la mano. Mira a un lado y a otro, temeroso de la regañina
que le puede caer por provocar ruido en un sitio en el que impera el
silencio y, tras ver que ha pasado desapercibido y que nadie se ha dado
cuenta de la caída del libro, se dispone a dejarlo de nuevo en la
estantería en la que estaba. Pero algo le llama la atención de aquel
pequeño libro, no es gordo ni aburrido como los demás que estaba ojeando
hasta el momento. En su portada, varios personajes de los cuentos que
le suelen leer sus padres por la noche, asoman invitando a abrirlo y
conocer sus historias.
Corriendo, el niño le lleva el libro a uno
de los chicos de la biblioteca y le cuenta lo que ha ocurrido. El joven
bibliotecario le indica que le acompañe y le presenta al director de la
biblioteca que, para su sorpresa, no es un viejo con gafas como solía
imaginar, al contrario, es un hombre poco mayor que su papá y con cara
de ser buena persona y un gran amante de los libros.
José,
preocupado por haber tirado un libro de la estantería, le pide perdón
por haberlo hecho y le entrega el libro al director, para que este le
encuentre su sitio correcto. El director, viendo la cara de preocupación
del pequeño, comienza a reírse y le pide por favor que se acerque un
poco más.
-Vamos, pequeño. Acércate, que no te voy a comer. Quiero decirte algo, pero será un secreto entre los dos. ¿Cuál era tu nombre?
-José, me llamo José.- le dice el niño acercándose.- Si se ha estropeado, le puedo decir a mis padres que lo paguen.
-No, no… nada de eso, –le dice el director con una gran sonrisa–, lo que quiero es regalártelo.
-¿Cómo que regalármelo? Si es de la biblioteca.- le dice José.
-Verás
José, hace mucho tiempo que este pequeño libro ha estado perdido por
las estanterías de esta biblioteca y, por eso mismo los niños ya ni se
acuerdan de que este pequeño tesoro existe. Ya que tú has sido quien lo
has descubierto de nuevo, permíteme que sea mi regalo del Día del libro
para ti. Pero eso sí, me tendrás que prometer una cosa.
– Se lo prometo, pero ¿qué es? –le dice el pequeño con curiosidad.
– Prométeme que lo cuidarás mucho y que volverás para contarme si te ha gustado. ¿Lo harás?
José
le confirmó su promesa con un gran abrazo y se guardó el libro en su
mochila. Por fin, el pequeño libro de aventuras saldría de aquella vieja
estantería, esta vez para siempre y con la firme promesa de un niño, de
leerlo y cuidarlo.
Para el pequeño libro, este ha sido el
mejor Día del libro de su vida y para José un día inolvidable, que
terminará con un libro más para leer junto a sus padres.
¡Feliz Día del Libro!
Bonito cuento, Isabel. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarFeliz semana.
Besos.